Ganadora del premio Josep Maria Folch i Torres, esta novela de personajes bien definidos y ambientaciones bien resueltas es un regalo que hace crecer a los lectores.

Cornelius, que esconde un secreto muy bien guardado tras su aspecto serio, y su joven ayudante, Tobies, llegan a Tort, un pueblo de montaña donde no hay nada recto. Allí abren una tienda muy especial, ya que no venden nada, no usan dinero, sino que trabajan intercambiando, pero no intercambian objetos ni alimentos, sino disposiciones de ánimo.

Una persona muy movida y activa toma de un bote que le ofrece Cornelius la calma que le falta a cambio de soplar en una caracola en la que deja un poco de la hiperactividad que le sobra, que le irá muy bien a otra persona excesivamente tranquila. Cornelius equilibra los diferentes caracteres de la gente del pueblo con su magia, como un druida.

Pero la gente es desconfiada y se deja llevar por la ambición. Cuando Cornelius se marcha a resolver un asunto pendiente, la despensa de imposibles es asaltada y todo el mundo se sirve sin medida de lo que allí encuentra. Tobies y la amiga que ha hecho en el pueblo deberán controlar el desbarajuste hasta que Cornelius regrese.

La historia atrapa tanto que nuestros ojos avanzan por los textos sin levantar la cabeza del libro porque no queremos perdernos ni una coma de todo lo que pasa en Tort y de cómo lo resuelven los personajes de Carles Sala i Vila, que Javier Andrada ha sabido acercar a los lectores de una manera sorprendente mediante las perspectivas que ha utilizado en las ilustraciones. Muestra a los personajes y los espacios utilizando planos que sitúan a los lectores en puntos de mira diferentes. De ese modo logra que empaticemos con la amiga de Tobies y su abuelo ciego cuando nos los muestra con un plano frontal, hace que dominemos la situación viéndola desde arriba en planos picados... ¡Y todo ello utilizando una única tinta negra sobre el blanco de las páginas!